Una percha de leña

Aldea Potrerios, Zaragoza, Chimaltenango

Me había alejado bastante de las últimas casas, cuando me encontré esta percha de leña. Traté de imaginar quién sería, quién lo trabajó y por qué. Pensé en el trabajo que llevaría, pensé en las pequeñas tareas, pensé en el sendero ya hecho, en la intervención humana.

Imaginé lo valioso que sería encontrarme la leña así, si en lugar de minutos, me hubiera alejado días, semanas o meses, caminando monte adentro. ¿Sentiría miedo o alegría?
¿Estaría a salvo o en peligro?

No sé porqué exactamente, pero mirar la leña aperchada, da la sensación de seguridad, tal vez porque implica trabajo, orden, responsabilidad, disciplina, diligencia, y estas cosas están alineadas (salvo excepciones) a las cosas buenas, a la bondad.

También pensé en lo acostumbrados que estamos a tener gente cerca, demasiado cerca. En lo agitados que estamos. Ya no es tan evidente la intervención de cada uno en el sendero donde vamos, las perchas que cada quien anda recopilando, ordenando.

Qué bonito imaginarse un mundo donde cada quien, a parte de lo suyo, deja un poquito para el caminante. Para huérfano, la viuda, el extranjero, como instaba Dios a través de la ley, al pueblo judio.

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